Hace algo más de cuatro años, en mi inmensa felicidad e inexperiencia tras aprobar las oposiciones, llegué a Lanjarón, un precioso pueblo de la Alpujarra granadina. Iba a ser tutora de un grupo de 15 niños de 3º de Primaria además de mi labor como especialista musical en el resto del colegio.
Allí estaba yo aquella mañana, expectante, ansiosa, nerviosa... En el patio, una fila de niños y niñas curiosos me miraban con cara de aceptación. Al parecer y a simple vista, les había gustado su nueva seño. La sirena anunció la hora y sin mucha dilación subimos las escaleras, recorrimos el pasillo y llegamos junto a la puerta donde empezaría todo; justo enfrente de mi compañero de nivel Paco Pepe. Tercero, 3ºB decía el cartel... No hicieron falta palabras pues los niños corrieron buscando su asiento preferido, el que después yo cambiaría por aquello de la integración. Y una vez allí, todos sentados, colgándoles los pies a más de uno, los pude mirar con atención. Quince pequeños (tiempo después serían 16) de no más de 8 ó 9 años, quince "mochuelitos" que inspirarían este blog y harían de aquellos dos cursos un recuerdo imborrable en mi memoria. No soy exagerada, esos niños, en aquel momento, serían los que todo docente desearía: una mezcla de ilusión, cariño, inocencia, ganas de aprender y agradar... A pesar de que también he sido muy feliz en otros colegios, estoy convencida de que será muy difícil que vuelva a encontrar un grupo en el que converjan tales virtudes.
Y entre todos ellos le descubrí: más bajito que el resto, pelo azabache, morenito, rechoncho, guapo a rabiar; sus ojos eran dos piedras negras y vivarachas, llenas de vida. Era precioso... Costaba creer que esa cosita que parecía no haber roto un plato fuera el protagonista de tantas travesuras, chiquilladas e imprudencias. No me lo pareció en aquel momento ni al día siguiente, ni al otro, ni al otro...
Puede que fuera mi debilidad, lo era. ¿Cómo habría sido de otra manera si toda su esencia parecía pedir a gritos que le quisieran, que le enseñaran el camino correcto? Tenía las aptitudes pero las ganas parecían fallarle a ratos. Nunca pude culparle, la vida no es igual de idílica para todos. Creía en él porque me hacía sentir que mi aceptación le hacía mejor. Él me quería, igual que yo a él. Sonreía cuando le halagaba ante sus compañeros por sus aciertos, se llenaba de orgullo y después ya era feliz. Había sido protagonista y por algo positivo. Jugaba con sus compañeros, era uno más en un grupo que, paciente y generoso, le acogía una y otra vez.
Después no supe más. El tiempo acabó y mi andadura laboral me llevó lejos sabiendo que se quedaba en las mejores manos posibles. Hasta hoy... día fatídico que no sólo ha nublado el cielo de la provincia sino los corazones de los que lo quisieron.
El "mochuelito" ha volado. Lo hizo de la forma más cruel, la que nunca hubiera podido imaginar. Sus alas no supieron responder a su anhelo por vivir y en el viaje más corto de su vida se fue lejos. Tan lejos que ya nunca volverá a su olivo. Su madre no podrá besarlo más y aunque llene su días con el amor de los que le quedan la herida siempre estará sangrante. La vida fue injusta con ellos como con tantos otros. Y a los demás nos queda la duda, la duda de si podríamos haber cambiado algo en un destino que parecía estar escrito en su frente desde el principio...
Vuela, vuela hacia lo desconocido. Encuentra tu nuevo hogar y haz compañía a las madres que allí esperan a sus hijos. Ellas te arroparán en tu noche oscura, mientras llega la tuya. Que los ángeles del cielo te acojan en su seno y te protejan para siempre. DEP.